La Casa del migrante en Jalisco, un refugio seguro

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JALISCO.- Alejandro, maestro pizzero argentino, hace cinco años llegó a México y ésta es la segunda ocasión en tránsito por El Refugio Casa del Migrante en el Cerro del Cuatro en Tlaquepaque, Jalisco. Él, al igual que otras personas que deciden por diversas razones emprender el viaje lejos de su país o estado, añora a su familia y amigos. Y, a un par de días de concluir este año, reconoce que siente pena por estar lejos de Argentina.

«La verdad que estar acá adentro para mí es un placer porque es mi vida y estar lejos de mi familia, por supuesto, como a todos tengo bastante pena como dicen ustedes, pero no me queda otro remedio estar acá.

  • ¿Qué es lo que más te gusta cocinar o qué es lo que más te gusta de la labor que haces aquí en el refugio?, pregunto. «No, de cocinar me gusta todo, o sea, hago de todo, lo que se me ocurre y lo que no se me ocurra también. Soy maestro pizzero y cocinero. Lo que pasa es que en las secuelas del Covid-19, me dejó bastante atrofiado y gracias al padre tengo vida todavía», comparte.

Ataviado con su delantal y presto al picar unos jitomates en la mesada, Alejandro refiere que fueron problemas personales los que le hicieron tomar el paso para dar un giro a su vida y viajar a México. Llegó por sus propios medios, estuvo ya en el refugio y siguió su viaje, sin embargo, desde hace una semana, está por segunda ocasión en Guadalajara procedente de Veracruz. Y aunque por ahora está como voluntario en la cocina, donde prepara alimento para los 15 residentes que tiene en estas fechas el lugar, reconoce que sus planes no le han permitido alcanzar metas que tenía debido al Covid-19 y al dengue que contrajo en su tránsito por el país.

«Problemas personales, que estos ya son personales y me llevó a venir y cambiar de rumbo y bueno acá tuve eventos desafortunados que no me dejaron salir adelante. Me agarró el Covid-19, dengue y entre otras cosas, que me entorpecieron lo que yo quería hacer. Por primera vez cuando vine al refugio, llegué por mis propios medios y me presenté y ya esta segunda vez ya tenía cartas recomendaciones del Padre y él me dijo que me venga sin dudarlo.

Rosa María es originaria de Michoacán, desde muy pequeña ha vivido en Jalisco y trabaja en el refugio desde hace dos años dos meses y comparte la satisfacción de apoyar también en la cocina de este paso de migrantes.

«Pues un gesto muy bonito pues, porque realmente me da gusto poder participar y estoy contenta, me agrada mi trabajo, ¿qué puedo decir? Para mí es un orgullo ser parte de aquí, de esta comunidad, de poder apoyar también lo que está a mi alcance, poder apoyar», dijo.

  • ¿Cuánto tiempo tienes trabajando aquí?, se le preguntó. «Tengo dos años, dos meses más o menos», comenta la cocinera ataviada con una pañoleta en su cabeza, entre ollas y platos, reguardada del frío con una chamarra de mezclilla.

El Refugio Casa del Migrante, comenzó a atender personas en tránsito desde hace 12 años, aunque previamente se compartía el lugar con personas adictas en rehabilitación. El 24 de diciembre de 2011, fue cuando gracias al acercamiento de una familia en tránsito, que el director general del refugio, el Padre Alberto Ruiz Pérez, quien también es arquitecto, hizo que se diera el paso definitivo para destinarlo a la misión que ahora tiene.

«Cuando yo estaba terminando y dando la bendición de la misa, entraron al templo una persona, una pareja, el esposo y la esposa. Él llevaba un niño de brazos y la señora una niña de pie, como de 5 años, en la mano. Y entonces yo dije, pues me tengo que ir a cenar con mi familia, darles el brazo, pero yo siempre metía a los migrantes aquí en la casa de rehabilitación. ¿Cómo meter a una mujer con un niño y una niña? Pues no me había pasado, esa vez me pasó. Y yo acababa de predicar precisamente como Jesús, María y José buscaban hospedaje, buscaban una posada y no encontraban. Y pues me cayó a mí la iluminación de entender que era Cristo con su mamá, su papá y una hermanita. Y que tenía que recibirlos», recordó.

«Entonces ya no me fui a cenar a mi casa, ya no fui para allá, más bien hubo gente de aquí de la comunidad que me dieron cena, me quedé a cenar con ellos, los hospedé en un salón de la catequesis y esa noche, después de cenar con ellos, me fui a dormir y reflexionando que era necesario ya abrir la casa», abundó.

Y así, el año nuevo para miles de personas en tránsito, refugiadas en Jalisco y millones en todo el país, será un momento de convivencia, lejos del origen con una cena sencilla para recibir el año nuevo 2024 y despedir el 2023 con una luz de esperanza en sus corazones por un mejor futuro para ellos y los suyos.